Cinco cualidades de la práctica en apoyo de los procesos de reconciliación

En mis primeros años de universidad, en la década de 1970, busqué por todas partes un programa de estudios que me preparara y me proporcionara una licenciatura en estudios sobre conflictos y paz. En aquella época se podían contar esos programas con una mano y probablemente sólo se necesitaban tres dedos. Hoy abundan. La mayoría se centran en la resolución de conflictos, muchos de ellos haciendo hincapié en las habilidades prácticas de la mediación. En los últimos años, en la vanguardia de esos programas se han empezado a encontrar cursos ofrecidos en reconciliación. Irónicamente, como disciplina, la resolución de conflictos aún se considera incipiente, de bordes suaves y, de acuerdo con los campos más aceptados del quehacer académico, todavía lucha por encontrar las piernas de la legitimidad. Si siguiéramos esta metáfora, el estudio, la práctica y la teoría de la reconciliación apenas se encuentran en una fase de concepción.

Resulta paradójico que la preocupación y el interés humanos por la reconciliación sean tan antiguos como las colinas y se encuentren al mismo tiempo en una fase preinfantil. Llevo veinticinco años estudiando, trabajando, investigando y enseñando en el ámbito de la transformación de conflictos y la consolidación de la paz…