Prólogo

Empecé a explorar la transformación de conflictos como concepto en los años ochenta. Para el profesional académico, la mayoría de las ideas clave surgen de lo inesperado, normalmente una crisis o una sorpresa que cambia y despierta la mente reflexiva. La mía llegó en forma de una simple pregunta en medio de un seminario de planificación en Centroamérica. «Habláis de resolución de conflictos», señaló un participante, «pero ¿qué significa esto realmente? Tengo que decir que el uso que hace de la palabra resolución me molesta. Si viene aquí a arreglar las cosas, a que busquemos soluciones rápidas que no cambian realmente nada, no nos interesa. No necesitamos arreglos. Ya hemos tenido demasiado de eso».

Mi perspicaz colega había dado en el clavo en más de un aspecto. Es posible resolver un conflicto y no cambiar gran cosa. Y ciertamente vivimos en un mundo en el que los que llegan de fuera de escenarios de conflictos prolongados parecen llevar bolsas de alfombra que mezclan financiación junto con enfoques, ideas y respuestas. Hace treinta años, su pregunta cambió la mía: ¿Cómo transformamos las cosas que dañan y destrozan las relaciones humanas en aquellas que protegen y construyen comunidades sanas?…